Al atardecer del lunes 22 de enero algunos estruendos desde el Este sacaron de la habitual tranquilidad a los habitantes de Villa O’Higgins. Contemplaba las montañas del Mosco, mientras los últimos rayos de sol caían entre los cerros, cuando de pronto, apareció un frente de nubes grises y se escucharon los primeros truenos.
Un aire tibio y una extraña e inquietante calma se apoderó del lugar entre cada estruendo: el aire pareció electrizarse y un extraño silencio reinaba en las calles del pueblo; hasta los ladridos de los perros se detuvieron.

Ya al caer la noche y para sorpresa de todos se desató una tormenta eléctrica sin precedentes. Numerosos relámpagos y rayos comenzaron luego a iluminar el cielo oscurecido sobre el cerro Santiago y El Submarino, y al estrépiro de los truenos le siguió una lluvia cada vez de mayor intensidad convirtiendo las polvorientas calles en un lodazal.

Los truenos siguieron retumbando en los valles cercanos y sobre el pueblo hasta casi las 2 de la mañana, para el desvelo de muchos que intentaban conciliar el sueño sin comprender qué estaba pasando realmente.

Muchos de los pobladores de Villa O’Higgins jamás habían visto algo similar en décadas, una tormenta eléctrica, justo aquí. Aunque para otras latitudes esto es bastante común, en esta parte de la Patagonia los relámpagos son muy raros. Los habitantes perplejos, al otro día, no dejaban de comentar lo maravilloso del inesperado espectáculo atmosférico.