La osada travesía de tres diputados a Campos de Hielo

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Con ese expresivo título el Diario El Mercurio de Santiago publicó un artículo a propósito de la visita de tres diputados de la República a O’Higgins, a la Villa, al lago y al glaciar.
Pablo Galilea (RN), Nicolás Monckeberg (RN) y Patricio Walker (DC) nos confiaron sus propósitos y les entregamos el soporte logístico para su visita a Villa O’Higgins. Habitualmente los habitantes de la Villa quedan disconformes con las visitas de autoridades, pero esta vez hubo una satisfacción generalizada entre los pobladores y autoridades locales, especialmente por la desición de navegar el lago O’Higgins que recibió a los viajeros con vientos sobre los 60 kms por hora, grandes olas y una helada lluvia. Una dificil travesía que permitió a los parlamentarios dimensionar la dureza del poblamiento y la necesidad de fortalecer el apoyo estatal a la localidad.

A continuación transcribo el artículo del periodista Gabriel Pardo aparecido hoy domingo en el Cuerpo de Reportajes de El Mercurio:

La osada travesía de tres diputados a Campos de Hielo

«En un aventurado periplo, tres parlamentarios decidieron ir esta semana a «hacer Patria» a las cercanías de Campo de Hielo Sur, celebrando el 18 con los colonos. Vieron con sus propios ojos el aislamiento en que viven los pobladores y cantaron improvisadamente el Himno Nacional con gigantescos glaciares de fondo».

Están metidos en una pequeña avioneta cruzando interminables cumbres nevadas. Hay turbulencias. La nave se tambalea, sube, baja. A ratos nubes grises no dejan ver bien hacia adelante.
Los rostros pálidos de Nicolás Monckeberg (RN), Patricio Walker (DC) y Pablo Galilea (RN) lo dicen todo. No es nada fácil ir a «hacer Patria» a Campo de Hielo Sur.
«Menos mal que me confesé antes de venir», dice Walker riendo nervioso. Monckeberg mira por la ventana para evitar las náuseas. El único que parece salvarse de los mareos, pero no del susto, es Pablo Galilea. Como diputado por Coihaique, ya conoce la zona y va sentado en el puesto del copiloto.
Sobrevuelan el lago General Carrera, justo en el límite de Chile con Argentina. Ya les falta poco para arribar a Villa O’Higgins, la comuna fronteriza más austral de la región de Aisén.

El frío soberano
Casi besando tierra se bajan los parlamentarios. En Villa O’Higgins los recibe el alcalde José Fica y los alumnos de la escuela «Pioneros del Sur», que bailan cueca como si el frío y el viento no importaran.
En el inhóspito poblado, el invierno y la nieve pueden poner los termómetros 22 grados bajo cero. Pero en esta fecha marcan entre 1 y 10 grados.
El alcalde, hablando detrás de sus mostachos sureños, cuenta que en la villa viven 470 habitantes y por estos días cumple 40 años desde su fundación.
Al lugar no llegan diarios, en la pantalla de un televisor se ve sólo TVN y hasta febrero había un solo teléfono, el municipal. Ahora, por lo menos hay líneas telefónicas en las casas e internet en la biblioteca pública. Pero siguen aislados. Tienen un consultorio con un paramédico y la escuela, con 70 alumnos, sólo llega hasta octavo básico. Es el municipio el que debe dar trabajo a un tercio de la población.

Para alegrar el día los vecinos sintonizan la radio Madipro, donde abundan las rancheras, las cuecas, pero también el chamamé argentino. En la única emisora del lugar, el cabo segundo de Carabineros Rodolfo Cortés transmite un programa de información a la comunidad. Él prefiere programar boleros.
A las tres de la tarde, en la plaza los niños juegan con volantines y trompos regalados por la comitiva. Entre ellos hay uno muy pequeño. Se llama Adrián Cristaldo. Tiene seis años y es el único niño argentino que vive en Villa O’Higgins. «Oiga, él es argentino y es mi amigo», dice otro niño en voz alta. Se abrazan. Su infancia no sabe de disputas limítrofes.
Desde lejos los observa Albano Rivera (75). El anciano, de chaleco de lana celeste y casi ningún diente, es el colono más antiguo de la villa. Vive completamente solo en una casa de madera. Nunca salió del lugar salvo para hacer el servicio militar en 1960, en Coihaique. Es difícil imaginar que el hombre es dueño de más de 3 mil hectáreas en el sector. Los parlamentarios llegan hasta su puerta a regalarle una medalla de la Cámara de Diputados por su labor de colonización. Albano dice gracias, mira con orgullo su medalla y termina por volver a su soledad. En el recorrido dejan una ofrenda floral a los pies del monumento de la plaza en honor al teniente Hernán Merino, mártir de Carabineros asesinado en 1965.

Más tarde parten a la única escuela del poblado. Los espera una treintena de vecinos listos. Vuelven a entregar medallas. Una es para Luisa Sepúlveda, hija de una de las familias que tenían hectáreas en Laguna del Desierto y hoy, trasformadas en territorio argentino, son sólo un recuerdo amargo.
«No queremos volver a vivir lo de Laguna del Desierto -dice el alcalde sobre la actual disputa por los mapas argentinos que no respetan el acuerdo de 1998 con Chile-. En 1994, cuando se estaba resolviendo el conflicto, la gente vivía con miedo».
Despidiéndose de los antiguos colonos, los parlamentarios terminan el día. No sin antes brindar con vino por «la soberanía y por Chile». Aplausos de la concurrencia.

Travesía al glaciar
Es viernes. Amanece nublado en Villa O’Higgins. Walker, Monckeberg y Galilea se levantan temprano y se dirigen a la bahía Bahamondes. Abordan una moderna lancha llamada Quetru.
Quieren llegar hasta el glaciar OHiggins, el cuarto más grande de campos de Hielo Sur. Nunca una autoridad del Parlamento chileno ha estado en esa zona.
El trayecto tarda tres horas y media por el lago O’Higgins, que puede alcanzar profundidades de 860 metros. Caer en sus aguas, donde la temperatura jamás supera los cinco grados, puede causar la muerte en pocos minutos.

En la mitad del viaje los tripulantes salen a cubierta. Se apertrechan con chalecos salvavidas. Pero las condiciones empeoran. Llueve cada vez más fuerte, las olas crecen. Es necesario aferrarse a la baranda para evitar caer al suelo. «Se está poniendo peligroso», dice Monckeberg afirmándose con los dedos rojísimos a un borde. Walker queda empapado luego de que una ola golpea la proa y Galilea se agacha apenas para capear el viento.
Al rato, cuando ya están suficientemente mojados y cansados, el tiempo mejora. Cesa la lluvia y la embarcación deja de bambolearse.

Comienza el verdadero espectáculo.
Gigantescos desprendimientos de hielo casi azul se arrastran lentamente por las aguas del lago. Son el anuncio de lo que vendrá.
Tras un último giro de la lancha aparece el glaciar O’Higgins, la entrada de Campos de Hielo Sur.
Es nada menos que una inmensa pared blanquísima de 80 metros de alto y tres kilómetros de largo. Hielos gigantes que permanecen y hielos que de pronto caen.

La imagen emociona. Walker habla de la importancia de estas reservas de agua dulce, una de las más grandes del mundo. Monckeberg enfatiza que así se hace soberanía, ocupando los territorios. Galilea pide que el Estado chileno no se olvide de los colonos.
Pero ya estando cerca todos se quedan en silencio. Los hielos inmensos y el silencio.
Hasta que a Patricio Walker se le ocurre gritar un ¡ceacheíííí!, y los demás lo siguen entusiastas. Luego sacan una roída bandera chilena que flamea en la lancha y se fotografían con ella.
En el solitario paraje comienzan a cantar el Himno Nacional con el resto de la tripulación. Desafinados, pálidos de frío, pero gritando fuerte.
Están a tan sólo unos kilómetros del monte Fitz Roy.

Minutos después vuelven la marcha hacia Villa O’Higgins. No sin antes realizar una parada en el inhóspito poblado de Candelario Mancilla donde se encuentra un retén con siete carabineros que patrullan la frontera con Argentina.
El teniente a cargo es Fuad Chabán (33). El uniformado está contento porque entre las tripulantes está su esposa, Janittza, quien viene a visitarlo después de semanas de soledad.
Chabán comenta que pasan cuatro meses sin contacto con el mundo para luego tener 20 días libres. El régimen es estricto. No por estar en esa zona pueden levantarse más tarde, descuidar el uniforme ni dejar de hacer guardia a pie o a caballo.
Incluso una vez al mes tienen una reunión formal con gendarmes argentinos donde hablan de temas de extranjería y del resguardo de las fronteras. «Son reuniones de rutina, no discutimos temas de límites», se apresura en aclarar el carabinero.

Él mismo lleva a los parlamentarios a conocer a Jerónimo Levicán, un ancianito de 92 años que vive hace cincuenta años en la zona. Él sabe que hay una presidenta en Chile, pero no sabe cómo se llama. De lo que sí está seguro es que «está haciendo soberanía». También se lleva una medalla de la Cámara.
Los tres diputados se comen una empanada, brindan con los carabineros, vuelven a la lancha y emprenden el viaje de regreso.

Tareas pendientes: Lo que proponen
Después de ver la dura realidad que viven los colonos chilenos en Villa O’Higgins y sus alrededores, los tres parlamentarios viajeros esperan que la presidenta Michelle Bachelet los reciba en los próximos días. La idea es plantear que falta una política de Estado en materia de fronteras. Según ellos, existen medidas urgentes que tomar. Ante todo, aumentar las pensiones asistenciales o darles pensiones de gracia a los colonos de zonas más extremas, entregar becas a los jóvenes de Villa O’Higgins para que puedan estudiar enseñanza media, eliminar el cobro de contribuciones a los vecinos y agilizar la tramitación de sus títulos de dominio. Además, llevarán propuestas sobre el mejoramiento de caminos y la habilitación de pasos fronterizos.

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